Wednesday, March 18, 2009

Cofradías y Cabañas











Para la mayoría de los habitantes del municipio de Colotlán, la experiencia cooperativista, nos resulta extraña. La mayoría de nosotros hemos convivido toda nuestra vida con una idea individualista, donde la forma más amplia de solidaridad y subsidiariedad se construye en la familia. Más allá de la familia ampliada es muy riesgoso aventurarse en cualquier tipo de asociación de carácter económico, productivo e incluso social. El experimento más cercano al colectivismo en nuestro cercano presente, lo constituyen los ejidos, formados a partir de la reforma Agraria de los años treinta del siglo pasado, cuya su trascendencia y éxito económico es discutible y los remanentes de las organizaciones religiosas que animan año con año cada una de las fiestas dedicadas a nuestros santos patronos..


Otro experiencia importante y exitosa aún hasta nuestros días lo es la Caja Popular que ha sobrevivido por décadas y se ha fortalecido en los últimos años, pero que sin embargo no es el tipo de asociación en donde los socios deciden por consenso casi nada, y en donde la idea del cooperativismo esta casi muerta.

Una asociación de carácter colectivo que existió y tuvo gran éxito en nuestro municipio fue la cofradía. Dicha organización cumplió múltiples funciones al interior de la sociedad colotlense durante por lo menos doscientos años. A través de ella se organizaron las fiestas religiosas, el trabajo comunitario, el crédito y una buena parte de la producción y distribución agrícola. Las cofradías fueron algunas de las instituciones traídas a nuestra región por los tlaxcaltecas durante el periodo de colonización, y que favorecieron la cohesión y permanencia de sus poblaciones. La cofradía, como institución estuvo presente en casi en todas la áreas a donde se establecieron y que se consolidaron como estructuras autónomas durante la Colonia.


Las cofradías sobrevivieron a la organización religiosa que las inspiró, ya que las misiones fueron abolidas a partir del siglo XVIII y su gobierno fue secularizado, haciéndolas dependientes del clero secular respectivo. De la misma forma, la cofradía trascendió la estructura política que las creó, ya que el régimen colonial culmino en 1821 y la cofradía le sobrevivió, enfrento la reforma juarista y la revolución, y muchas de ellas lograron llegar vivas hasta el día de hoy.


La cofradía era una institución colonial de carácter civil y religioso al mismo tiempo, con un doble estatuto jurídico eclesiástico, ligado a la curia episcopal de la diócesis, y de la organización parroquial y civil, atado a los cabildos y municipios cuya dinámica generaba una relación económica y política que provocaba repercusiones con las autoridades civiles. Como asociaciones reconocidas de fieles laicos, las cofradías poseían capacidad jurídica para administrar su propios recursos. En su sentido etimológico, el término significa hermandad. Los cofrades eran sujetos hábiles para ejercitarse en obras de piedad, comprometidos por escritura pública a cubrir los gastos derivados de la administración de los sacramentos y de los actos de culto: el estipendio del ministerio, los utensilios litúrgicos, la cera y el aceite de la lámpara del Santísimo.

Para conseguir ese objetivo las comunidades donaban tierras, semovientes y cantidades de dinero, incrementadas por cuotas en especie o en efectivo. Para que el establecimiento de la cofradía fuera legitimo, debía recabarse la licencia del gobierno civil y la aprobación del obispo diocesano; lo primero se conseguía redactando un instrumento público, la escritura de la donación, y lo segundo mediante la aprobación de los estatutos.

La cofradía fue una de las herencias medievales traídas a la Nueva España por las órdenes religiosas y la Corona española. La cofradía encontró un desarrollo excepcional, ya que se arraigo en las tradiciones locales y quedó bajo el control directo de las comunidades. Cuando fueron destruidas las estructuras misioneras de las fundaciones tlaxcaltecas, tanto franciscanas como jesuíticas, las cofradías sobrevivieron. Al salir los franciscanos fueron suplidos por el clero secular y los tlaxcaltecas asumieron toda la responsabilidad en el manejo de sus cofradías.


La comercialización y producción vitivinícola eran elementos vitales en algunas cofradías, aunque también tenían importancia las frutas de sus huertos, las uvas mismas, los higos, los duraznos, manzanas, peras y los dulces obtenidos de ellos. Estos en especial tuvieron fama en toda la región como frutas secas, como panes, como postres elaborados. Además el vino, la fruta deshidratada, las nueces, el maíz y el trigo convertido en harinas y panes podían ser transportados fácilmente de un lugar a otro, y ser almacenados por largos periodos. El dinero generado de la venta de sus productos, era libre de diezmo y podían gastarlo libremente en sus fiestas religiosas.

La cura de almas de la parroquia de Colotlán y su región, estuvo confiada en sus orígenes a la orden de hermanos menores, los franciscanos, quienes fundaron entre 1591 y 1592 la misión de san Luis de Colotlán y cuya sangre fecundó su obra, pues en ella perdió la vida fray Luis de Villalobos a manos de los insumisos huicholes, entre Huejucar y colotlán, en el sitio en su memoria se llama desde entonces el fraile.

Durante el siglo XVIII la comarca de Colotlán estuvo habitada de manera preferente por indios aliados, casi todos tlaxcaltecas, que formaron una especie de barrera humana en los confines de la posesiones hasta entonces dominadas por las corona española. A cambio de su lealtad fueron recompensados con el dominio de tierras comunales en las que gozaron de cierta autonomía jurídica y administrativa, pues podían nombrar y deponer a sus autoridades.

La conquista del último bastión de los naturales, la Mesa Nayar, en 1721 y la explotación sistemática del mineral de Bolaños atrajo en la primera mitad del siglo XVIII un nutrido contingente de españoles y criollos que invirtieron la tasa demográfica a su favor, posesionándose de los feraces territorios que transformaron en campos de sembradura y dehesas en los cincuenta años siguientes.

La drástica disminución de la natalidad entre los indios se acentuó con el ascenso demográfico de los españoles y criollos, lo cual propicio que la cura de almas dejara de estar al cuidado de los franciscanos, y que se hiciera cargo de ella el clero diocesano o secular desde 1754. dos años después, san Francisco de Huejucar fue elevada al rango de vicaria fija o Ayuda de parroquia, titulo que poseería luego Santa María de los Ángeles en 1758.

Durante la colonia, con la salida de Jesuitas y Franciscanos en 1775, ocurrió la secularización de las misiones y conventos, afectando también las cofradías y durante el gobierno imperial de Agustín I en el año de 1822, se les quitó la autonomía administrativa de los cabildos tlaxcaltecas. Pero fue finalmente en 1857, cuando él presidente de la república don Benito Juárez a través de un decreto de extinción acabo con las cofradías como comunidades libres y soberanas. Las cofradías no solo se reducían a cumplir con celo y empeño el culto católico, también cumplían funciones sociales, que regulaban la vida económica y social de la comunidad; por ejemplo, si cualquier hermano cofrade estuviera enfermo o en desgracia, se le atendía sin costo alguno; si tenía poca tierra para mantener su familia, se le proporcionaban recursos para adquirirla y la pagaba a largos plazos; cuando moría tenían asegurada misas cantadas por años por el descanso de su alma, y los hijos del difunto eran mantenidos por la cofradía hasta la edad de trabajar. La mayoría de las cofradías lograron establecer cementerios, escuelas y hospitales que quedaban unidos al servicio social de las iglesias. Por su importante función social las cofradías lograron en muchos lugares imponer una influencia civil muy significativa para la asignación de cargos públicos, del reparto del agua y del trabajo en la comunidad.

A finales del siglo XVIII; la población aproximada de Colotlán, Santa María, Huejúcar, sus haciendas y ranchos sumaba más de 8,200 almas, de acuerdo al censo parroquial. Aún no había sido creada la diócesis de Zacatecas y la población de Huejucar solo poseía el rango de ayuda de parroquia de Colotlán. Para el servicio del culto religioso existía en la cabecera el templo de San Luis Obispo y las capillas de la Purísima Concepción del Hospital, de San Nicolás y San Lorenzo. Fuera de esta, las iglesias de San Francisco, del Hospital y de San Pedro, en Huejúcar; la de Santa María de los Ángeles, San Diego en Tlalcosahua y Santiago Tlatelolco. El número de cofradías en la Parroquia de Colotlán, era de once. Cuatro de ellas en la cabecera: la del Santísimo Sacramento, la Santísima Trinidad, la Purísima Concepción y Nuestra Señora de los Dolores; dos en Huejúcar, la del Santísimo Sacramento y la Purísima Concepción; en Santa María de los Ángeles, tres: Santísimo Sacramento, de las Benditas Ánimas y de la Purísima Concepción. En Tlacosahua, la de San Diego, y en Santiago, Tlatelolco, una, de la Purísima Concepción. El patrimonio de siete de las cofradías estaba compuesto de cabezas de ganado; dos combinaban la agricultura y la ganadería; una era de ganado y aportaciones de maíz en especie y otra más de capital, impuesto a rédito entre los terratenientes y pequeños propietarios.

Fue en esa época que el obispo don Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo, visitó Colotlan, don Juan nació en Navarra en 1752 y culminó su brillante carrera eclesiástica en la Universidad de Alcalá de Henares, en donde obtuvo el grado de doctor en teología. Perteneció a la generación ilustrada el último obispos español que durante veinticinco años gobernó la diócesis de Guadalajara. Cerca de los cuarenta años de edad fue aceptado por el papa como candidato para la sede episcopal de León, en Nicaragua, pero la muerte sorpresiva del obispo de Guadalajara, don Esteban de Tristán, lo llevó a ocupar su sitio desde el 13 de diciembre de 1797, y apenas le fue posible se echo a cuestas la tarea de visitar todas las parroquias de su extenso territorio.

Tenía como objetivo promover la verdad y pureza de nuestra santa fe y las cristianas costumbres, corregir las malas y exhortar a los pueblos a la piedad, concordia y caridad cristiana. El obispo Cabañas llegó a Colotlán muy de mañana el día 10 de marzo de 1799 y durante dos días se dio a la tarea de revisar documentos, libros de registro y las cuentas de la administración eclesiástica. Fue recibido por el señor cura don Victoriano Palafox Lozano, miembro de una familia de linaje, avecindada en Zapotlán El Grande; un hermano de su padre había sido oidor de la Real Audiencia de la Nueva Galicia. Auxiliaban al párroco dos jóvenes ministros oriundos de la zona: el señor presbitero don Tadeo Suárez Escobedo, de Villanueva, donde nació en 1771 y ordenado desde 1794, de apenas veintiocho años de edad y cinco de ministerio; el otro, era el señor presbitero don José Norberto Pérez Borrallo de santa María de Mecatabasco, nacido en 1769 y ordenado en 1792. De acuerdo con los datos del censo parroquial, los habitantes de Colotlán y su comarca, incluyendo Santa María de los Ángeles y Huejucar, haciendas, pueblos y ranchos, sumaban ocho mil doscientas nueve almas.

Para el servicio del culto religioso existía en la cabecera el templo parroquial dedicado a san Luís Obispo y las capillas de la Purísima Concepción del Hospital, la de san Nicolás y la de San Lorenzo , y fuera de ella las iglesias de san Francisco del Hospital y san pedro en Huejucar; la de Santa María de los Ángeles, san Diego en Tlalcosahua y Santiago Tlaltelolco.

La visita pastoral comenzó con los actos protocolarios del ceremonial de obispos, contando con la asistencia de las autoridades civiles, españolas e indias: los gobernadores, alcaldes y demás principales del pueblo y sus barrios, ante quienes leyó el edicto de la visita.

A media mañana comenzó la cuidadosa revisión de los libros de registro, tanto del archivo parroquial de la cabecera, como los de las ayudas de parroquia. Del examen resultaron algunas irregularidades que de inmediato fueron subsanadas para sucesivos asientos.

Los tropiezos graves comenzaron al revisar el libro de cuentas de los gastos destinados al culto, donde el señor obispo advirtió que el párroco anterior, don Miguel Antonio Gómez, finado, resultaba responsable de un faltante de doscientos cincuenta pesos, que el prelado ordenó fueran exigidos a los sucesores del difunto.

Las cofradías de la parroquia constituían el último vestigio de la organización de castas en una región ocupada inicialmente por indios fieles a la corona española. Tales cofradías de indios fueron instituidas durante la segunda mitad del siglo XVIII; su propósito original consistía en solventar los gastos para la atención espiritual de los católicos avecindados en un entorno pobre y despoblado.

Los resultados que encontró el obispo Cabañas a la luz de la escritura de fundación de la cofradía y la última visita realizada por el obispo Fray Antonio alcalde el 19 de abril de 1776 fueron los siguientes:

Las cofradías en la cabecera parroquial.

La de la santísima Trinidad, que en sus orígenes había sido la más acaudalada, en la visita anterior reportó 878 reses de fierro y 206 bestias caballares y mulares, pero el día de la visita solo contaba con 544 reses y 68 caballares y mulares.

La del Santísimo sacramento, fue la segunda en importancia. De sus actividades religiosas sabemos que la función que se le hacía a san Luís el primero de agosto en la tarde. El ganado de esta cofradía había sido en la visita anterior de 741 reses de fierro arriba y 281 bestias caballares y mulares. El día de la última visita contaba con 320 vacas y toros de cinco a siete años, 16 bueyes y 121 caballares y mulares, un descenso notable sin aparente justificación.

La de la Purísima Concepción era la cofradía del barrio de Tlaxcala. En la visita anterior reportó 127 reses de fierro arriba, 71 bestias caballares y mulares y 41 cabezas de ganado menor. Al día de la última visita tenía 74 reses de fierro arriba, 16 bueyes y dos yeguas rejegas.

La de Nuestra Señora de los Dolores. Fue la única compuesta por españoles y criollos, administraba dinero en efectivo y funcionó como banco de crédito para los agricultores de origen hispano que comenzaron la explotación de las ricas tierras de labranza y horticultura en la zona de Tlaltenango y en las fecundas labores de las huertas, vergeles que surtirían de frutas y legumbres la zona durante muchos años.

El capital inicial de esta cofradía era de 2759.50 pesos. Desde su fundación sus gastos habían sido mínimos, consumiendo solo 174.75 pesos, sin embargo al día de la última visita la existencia en caja era de apenas 250. 75 pesos, el saldo de 2584. 25 se encontraba prestado a las siguientes personas.

Sobre tierras de las huertas a, Francisco y Benito de León, doscientos pesos cada uno; Gregorio Ortega y Rita de León y Antonio Gutiérrez 100 pesos cada uno.
Pedro Espinosa 80
Bernardo Antonio Meléndez 75
Manuel Enríquez 70
Bartolomé y José Ignacio de Léon, Eligio Vela y Domingo Espinoza 50 c/u
Martín Villareal 30
Vicente Mijares, Pedro José de León, María Trinidad Madera 25 c/u.
Anselmo de Ortega y Hermenegildo de Nava. 20 c/u.
Don Miguel del Real en los ranchos de las Tapias y de la Torre tenía prestados 825 y 414 respectivamente.
Antonio Rojas en el ojo de agua debía 300 pesos
En el puesto del Saúz, Luis Márquez debía 200 pesos
En San José, diego Flores 200.
Gregorio Saldaña en el Carrizal 100 y Gregorio Córdoba 20
En las tierras de Villalobos en la feligresía de Tlaltenango, Patricio López 300 pesos. Sumaba el total de los principales 3604 pesos de aquella época.
Las cofradias se dieron por muertas en el año de 1849, curiosamente el año en que llegò a Colotlán uno de los grandes benefactores de nuestra comunidad y propulsor de nuestra cultura e identidad el padre Basilio Terán, sin embargo la influencia de esta importante institución de nuestra comunidad aún alumbra su espiritu, en las fiestas religiosas tradicionales.

Fuentes:

Cuentas de un obispo ilustrado. Tomas de Hijar Ornelas. Mi Pueblo.
La Diáspora Tlaxcalteca. Tomas Saldaña Martinez

Saturday, February 21, 2009

El Padre Calvillo y la Insurgencia


Uno de los personajes más influyentes en la vida e historia cívica de Colotlán, es sin duda el padre Calvillo, quien imbuido por las ideas libertarias del siglo XVIII, respondió al llamado por la libertad mexicana , que hiciera el Cura de Dolores, don Miguel Hidalgo. El presente trabajo es un pequeño homenaje a tan destacado y singular personaje histórico.

Don Pablo José Calvillo nació en el Valle de Huejúcar en el año de 1763, hijo de don Vicente Calvillo y doña Jerónima López. Realizó sus estudios de Teología en el seminario conciliar de Guadalajara, recibiendo en ese sitio desde la tonsura hasta el subdiaconado, de manos del obispo Cabañas. En Teocaltiche alcanzó el diaconado y el presbiterado en el año de 1797, pasando el siguiente año a servir en el curato de Juchipila.

En 1801, lo encontramos en la hacienda de San Jacinto, en Ojocaliente y en el año de 1803 es trasladado al curato de Tlaltenango, con residencia en Tepechitlán y de allí fue cambiado al de Colotlán en donde residió hasta el año de 1808; por causa de una enfermedad se pasó a Aguascalientes, donde estuvo hasta julio de 1809 , y finalmente en esta fecha se le destinó al ejercicio de su ministerio en el pueblo de Jesús María, no distante de la mencionada villa.

En ese sitio debió de haberse encontrado, cuando estalló la insurrección iniciada en Dolores el 16 de septiembre de 1810; y como aquel movimiento se avenía a su genio bullicioso y a sus carácter independiente, resolvió tomar parte en ella, aprovechando para favorecerla sus relaciones con los indígenas sus coterráneos de los pueblos de la llamada frontera de Colotlán, ya de por sí levantiscos y que desde luego simpatizaron también con la revuelta.

Al saberse en Colotlán el grito de independencia dado por Hidalgo, el Gobernador interino de Colotlán, don Gregorio Pérez, de origen español, mandó de inmediato reunir a las compañías de frontera, encargadas de custodiar a la región desde Tlaltenango al valle de Jerez. Estas fuerzas aquí acantonadas se mostraron desde el principio favorables a la causa de la independencia, por ser en su mayoría indios flecheros deseosos de recobrar los privilegios concedidos desde la fundación de Colotlán por Felipe II, y disminuidos en derechos y prerrogativas por las reformas implementadas por la casa de los Borbones en el siglo XVIII.

A continuación el relato de un testigo presencial de aquella época:

“La población indígena se manifestó muy adicta a la causa de la independencia sin que hubiera bastado a contenerlos la excomunión mayor que fulminó el obispo Cabañas de Guadalajara, contra los que de cualesquier manera auxiliaran a aquel partido que el cura de ese lugar, Don Cayetano Ibarra, no se resolvió a publicarlos, porque decían los indios que lo bajarían del púlpito violentamente. Que en esos días apareció aquí el Padre don Pablo Calvillo que hacía poco tiempo había estado sirviendo de vicario de esta parroquia, quien llevaba íntima amistad con los jefes de las compañías, así como con Don Marcos Escobedo, el indígena de más nombradía: que en tal estado de cosas, un sábado en la noche a fines del mismo mes de septiembre, sin recordar la fecha, con pretexto de un baile que hizo el citado padre en su casa, reunió multitud de indígenas y a cosa de las once o más de la noche, a la seña de un trueno de cohete, salieron armados de flechas, hondas, garrotes, machetes etc, capitaneados por el referido padre Calvillo, todos con una imagen de Guadalupe en el sombrero gritando ¡Viva la Virgen de Guadalupe, Viva la Independencia y mueran los gachupines! .

Que luego se dirigieron a las Casa Reales, que así se nombraban en aquel tiempo, en cuyo local vivía el Gobernador, y adonde habían venido a alojarse de diferentes partes con sus intereses pecuniarios, treinta y dos españoles. Que la guardia que se componía de las compañías dichas, les cedió el paso franco, sin la más leve resistencia, y las tropas que se hallaban acuarteladas en puntos inmediatos, tampoco hicieron movimiento, de acuerdo y seducidas por el padre Calvillo: que este señor procedió luego a intimar la rendición a los españoles allí alojados, a desarmarlos y a dejarlos custodiados por los indios armados, retirándose a sus cuarteles la guardia de las fronteras, que otro día por la mañana las compañías hicieron movimiento, ensillaron y formaron en la plaza, a la sazón el Gobernador Pérez salió al balcón, les mandó hacer fuego sobre los indios que los custodiaban, a cuya orden contestaron unánimemente “ que no eran ya de su partido”, sus Jefes mandaron dar media vuelta y orden de dispersión. A los tres días salió la prisión de españoles rumbo a Zacatecas, capitaneados por el padre Calvillo y custodiados por varias compañías de indígenas en números de cuatrocientos poco más o menos, de aquí y de los pueblos de Santiago, Santa María, Tlalcosahua y Huejúcar, los cuales capitaneaba Don Marcos Escobedo y Don Victoriano Córdoba, sus capitanes particulares: Pedro Escobedo, Antonio Modesto, Eulogio Ordaz, Juan Félix Torres, Diego Alcalá, Vicente Vázquez, Albino Torres y Florentino Pacheco. Que pasados unos cuantos días se tuvo noticia que los españoles presos habían sido degollados en Zacatecas o San Luís, de cuyo último punto volvió triunfante la fuerza que los custodió, con un buen botín, con excepción del padre que allá se quedo.”

La recluta que entre ellos hizo fue tan pronta y numerosa, al mando de sus jefes y cada mes concurrían a pasar revista, hasta diciembre en que de orden superior marcharon para Guadalajara a auxiliar al Sr. Hidalgo en la memorable y gran batalla campal de Puente de Calderón que tuvo lugar el 17 de enero de 1811. De cinco a siete mil indios flecheros marcharon con él y uniéndose al ejercito libertador de Hidalgo, en Guadalajara, en donde durante veinte días fueron adiestrados en ejercicios militares sus indios flecheros, y donde recibió el padre Calvillo el titulo de Capellán del ejército y posteriormente se le nombró Mariscal de Campo. Se perdió por nuestra parte aquella desgraciada acción y los nuestros volvieron dispersos, pero ninguno murió de Colotlán, asegurando que los favoreció una nube de polvo espesa que resultó del incendio de unos carros de parque que se hallaban en dirección del campo que ocupaban; que como se ha dicho volvieron dispersos y se fueron a sus pueblos, pero siempre reconociendo a sus jefes, corriendo a pasar revista y hacer ejercicios cada cual en su arma.

Después de la terrible derrota en Puente de Calderón, los vencidos se dirigieron a Zacatecas, donde los indios flecheros defendieron la ciudad en tanto que Hidalgo y el resto de sus fuerzas, se retiraron hacia el norte. El 17 de febrero fueron vencidos y arrojados de la plaza de Zacatecas, los insurgentes. Los indios flecheros guiados por el padre Calvillo y Marcos Marcelo Escobedo retrocedieron hasta sus dominios, haciéndose fuertes entre sus gentes y conocidos. El ejército realista, por su parte también tomaba medidas para atacar y derrotar definitivamente a estas fuerzas rebeldes, siendo enviado desde Guadalajara, con este propósito el teniente de fragata don Pedro Celestino Negrete al mando de una fuerte división. En tanto que por Juchipila se enviaba otro cuerpo de tropa al mando del famoso cura de Matehuala, don francisco de Álvarez, para agarrar a los rebeldes entre dos fuegos.

De resultas de esa derrota y de la persecución que contra los insurgentes de Colotlán se le siguió, el padre Calvillo se vio obligado a refugiarse en la sierra de Tayagua, donde permaneció oculto, hasta que obligado por los padecimientos que sufría a causa de un golpe que recibió andando a caballo y por tener “piedra en la orina”, resolvió pedir el indulto, por conducto del cura del Mezquital don Pablo Solís y contando también por el favor del barón de santa Cruz; la cual gracia le fue concedido el 9 de octubre siguiente por la autoridad superior militar de la Nueva Galicia.

Después de que se hizo en el Oratorio de san Felipe de Neri de Guadalajara unos ejercicios espirituales, su prelado le dispensó de la irregularidad en que había incurrido, por haber mandado quitarles la vida a seis realistas, en represalia de que éstos habían hecho otro tanto con sendos insurgentes, y se le levantaron las demás censuras, por auto de 4 de enero de 1812, quedando así expedito para el uso de su pacífico ministerio.

Pasó después a residir durante algún tiempo con su amigo el cura Solís; en seguida estuvo en Zacatecas y Aguascalientes, aunque sin destino alguno; y allí se hallaba, cuando en 1815 quiso atropellarlo un voluntario realista apellidado Cosío y él repelió debidamente esa agresión, escándalo en que se tuvo un pretexto para aprehenderlo y formarle causa criminal, en la cual fue absuelto. Sin embargo, con motivo de ese suceso, se le ordenó que se trasladara a Zacatecas, como lo hizo ese mismo año.
Murió el 6 de abril de 1816, como resultado de gangrena que le sobrevino después de una operación quirúrgica en el pecho.



Fuentes.
Felipe Valdez. Historia de Colotlán.
Alberto Santoscoy. Lecturas Históricas del Norte del Norte de Jalisco.

Capitan Mestizo Miguel Caldera











El Capitán Miguel Caldera es una de las figuras más importantes de la historia de nuestra región, lo que fue en tiempos antiguos “La Gran Chichimeca”. Especialmente para Colotlán, pues es gracias a sus importantes gestiones por asegurar la paz, que se formó nuestra ciudad hacia el año de 1591. No obstante, no existe un reconocimiento explícito para este gran hombre nacido en Zacatecas, durante los primeros años de los descubrimientos mineros, y que tan entrañable relación tuviera con nuestro poblado. Sin lugar a dudas, Colotlán fue uno de los pueblos favoritos del capitán mestizo Miguel Caldera, no solo porque aquí residían algunos de sus familiares, sino también porque en este lugar, presumimos encontró los cálidos besos y abrazos de una mujer que conquisto su corazón. Miguel Caldera jamás contrajo nupcias: cuando joven por ser hijo ilegitimo y no contar con la fortuna suficiente para ganar los favores de una mujer de posición; cuando principal y rico, quizás por no ser trascendente. Su afecto lo tenía ganado otra mujer, de origen humilde y costumbres sencillas. Una sola hija dejo tras de si, tan ilegitima como el mismo.

Miguel Caldera fue el primero de los mestizos notables del norte del continente. Desempeño el papel principal al llevar la paz a una tierra de guerra, de torturas, de arranque de cueros cabelludos, de asesinatos, de incendios y esclavitud, donde se decía que las pérdidas de vidas y de propiedades fueron mucho mayores que durante la conquista de Cortez. Descubrió uno de los más grandes filones d e plata y fundo una de las ciudades más importantes de México. Pese a su humilde origen mestizo, se elevó casi al nivel de magnate en su tierra natal. Pero su nombre ha sido olvidado en México y en su tierra. Nadie le rinde homenaje al hombre que hizo posible la paz chichimeca, el nacimiento de nuestros pueblos, y la explotación minera que enriqueció a los europeos.

Su padre fue uno de los exploradores españoles que descubrieron plata en el norte; su madre fue una de las primitivas chichimecas. Miguel surgió a la fama como soldado en la guerra contra el pueblo de su madre. Luego, como capitán y juez de la frontera, logró una paz humana e inteligente, que unió a los chichimecos con los españoles, negros y mestizos más civilizados que asentaron sus hogares en estos confines.

Los padres de Miguel vivieron juntos, pero no bajo el matrimonio cristiano, su madre había sido bautizada y ambos eran fieles devotos, dados a orar y entre los primeros religiosos que llegaron a Nuestra Señora de Zacatecas, como se nombró originalmente a la ciudad. Miguel nació hacia el año de 1548, y es muy probable que su madre muriera siendo Miguel aún muy pequeño y por ello su niñez transcurrió bajo los cuidados de los franciscanos. El pequeño niño vivió en su más tierna infancia las emociones de los descubrimientos de las minas de plata y la amenaza de los ataques chichimecas. El deslumbrante brillo de las espadas, lanzas, ballestas así como los arcabuces, las cotas de malla y las armaduras, captaron su atención, y despertaron su deseo por convertirse el mismo en uno de esos temibles jinetes que valerosos arriesgaban su vida en la frontera salvaje.

En su juventud escogió la carrera de soldado, y hasta su muerte estuvo armado y en la silla, midiendo su vida por los pasos de su caballo, pues su tierra natal siempre estuvo ensangrentada por las flechas y los cueros cabelludos que arrancaban los bravos guerreros desnudos. Miguel Caldera “alto de cuerpo y bien dispuesto” entro en la guerra Chichimeca como soldado raso hacia el año de 1571 o 1572. Su primer servicio militar fue, inevitablemente, a su propia costa, con alguna ayuda de su hermana y su cuñado. Se le considero un soldado valeroso, y fue herido varias veces. En sus primeros años de soldado compartió la idea predominante de la época, de que la única forma de doblegar a los fieros chichimecos era “La Guerra a Sangre y Fuego”, que tornó la región chichimeca en un sitio de incertidumbre, desolación y muerte. Sin embargo las décadas de lucha sin cuartel, en las que participo valientemente sin conseguir avanzar un milímetro en la conquista de la paz, le desanimo y le hizo pensar en otras maneras de terminar con el conflicto, en el que se veían inmersos sus hermanos. Por su sangre mestiza: india y española, su lealtad de dividía entre los dos pueblos.

Así como es seguro que Caldera participó en la captura, y esclavización de salvajes, también es seguro que habría escoltado niños y mujeres chichimecas, que recibirían un trato benigno en los días del Virrey don Martín Enríquez de Almanza,; en ocasiones escoltó a los emisarios chichimecas que iban en son de paz. Durante el gobierno de este virrey y hacia el año de 1570 se desato la polémica sobre lo justo de la guerra contra los infieles chichimecas, dividiendo a los grandes pensadores de la época. No puede saberse hasta que punto estos debates influyeron en el animo del joven Caldera. Pero es a partir de los últimos años del virreinato de Enríquez en que la intensificación de la guerra y la propia habilidad de Caldera, le proyectaron a una capitanía; en su papel de capitán pudo empezar a ejercer cierta independencia de juicio y discriminación entre lo justo y lo injusto al tratar al enemigo indio.

A finales de la década de 1570, los ataques chichimecas alcanzaron su máxima intensidad, situación agravada por una epidemia entre 1576 y 1578 que diezmo a los indígenas sedentarios, matando dos millones de ellos, situación que alentó las arremetidas de los bárbaros más allá de sus líneas. No cabe duda que las victorias de los tribeños iban en aumento por su número y audacia, rebasando el arco chichimeca y despertando la general preocupación de que la Nueva España quedara en peligro. Esta situación obligo al Virrey Enríquez a tomar medidas desesperadas; incremento el número de soldados armados en la frontera, inició la construcción de presidios y solicitó el apoyo con recursos del rey para poder contener el creciente movimiento chichimeca. El malestar de la población se hizo sentir ejerciendo presión sobre el virrey que se determino a fortalecer el ejército, convirtiendo en una verdadera milicia de la frontera compuesta de soldados veteranos, residentes fronterizos y ciudadanos contratados por breves tiempos para enfrentar el peligro.

En la ciudad de México, el 14 de marzo de 1582, el capitán Miguel caldera y los veinte soldados de su compañía aparecieron ante el principal escribano de su Majestad para las minas, y se alistaron para prestar servicio pagado en la guerra chichimeca. Eran veteranos señalados por la lucha: el escribano registro quince cicatrices visibles en rostros y manos. Para esta época Miguel Caldera ya es reconocido como capitán al servicio de su majestad en la frontera, y se le reconoce su valor, habilidad y lealtad para con la corona.

Dada su cuna, sus nexos familiares y su educación en la Nueva Galicia, el capitán Caldera estaba profundamente interesado en la defensa de los valles, los caminos y los poblados que se encontraban entre Guadalajara y Zacatecas. Y, por esta preocupación por su tierra natal, su estrategia contra los desnudos siguió de este a oeste, que pasaba a través del país caxcan, asediado por los guachichiles desde el este, por coras, tepeques, nayaritas y otros indios hostiles ocultos en las escarpadas sierras occidentales que dominaban los valles de Tlaltenango, Colotlán y Juchipila.

A partir de 1583, las hazañas de Miguel, basadas en el país caxcan hicieron de él un una leyenda entre los indios de las montañas occidentales, y allanaron el camino a la apertura y pacificación de la zona guachichil, que se hallaba en dirección opuesta. Caldera supo ganarse la lealtad y el apoyo de los indios tanto para la guerra como para la diplomacia, reclutando un ejercito de combatientes indios, armados de letales arcos y flechas. Su ejercito compuesto de blancos, mestizos y cazcanes le permitió defender con éxito los caminos y en el año de 1585, emprender una campaña militar en las sierras occidentales, que hizo resonar su nombre por todo el país nayarita. El sometimiento del pueblo guaynamota, que se había sublevado contra la corona, asesinando a dos sacerdotes fue posible gracia a la primer gran alianza que Caldera sostuvo con el principal caudillo cora, el jefe Nayarit.

En el año de 1587, Miguel Caldera escolto hasta la ciudad de México a ciertos “indios principales” desde Tepic hasta la ciudad de México, para formalizar la paz. Una vez asegurada esta dirigió sus esfuerzos a pacificar el oriente, sometiendo a los guachichiles. La experiencia militar, diplomática y su conocimiento de la lengua guachichil le facilitó ganar la paz con algunos jefes principales, a los cuales obsequio con ricos regalos y los convenció de firmar la paz con sus acérrimos enemigos los cazcanes. Los triunfos diplomáticos del Capitán Caldera inclinaron la balanza del virrey y la población hacia una política pacifista con los desnudos. Después de 40 años de lucha estéril, la energía e imaginación del mestizo de la frontera señalaron el camino de la paz en la gran chichimeca.
En el año de 1587, Miguel Caldera escolto hasta la ciudad de México a ciertos “indios principales” desde Tepic hasta la ciudad de México, para formalizar la paz. Una vez asegurada esta dirigió sus esfuerzos a pacificar el oriente, sometiendo a los guachichiles. La experiencia militar, diplomática y su conocimiento de la lengua guachichil le facilitó ganar la paz con algunos jefes principales, a los cuales obsequio con ricos regalos y los convenció de firmar la paz con sus acérrimos enemigos los cazcanes. Los triunfos diplomáticos del Capitán Caldera inclinaron la balanza del virrey y la población hacia una política pacifista con los desnudos. Después de 40 años de lucha estéril, la energía e imaginación del mestizo de la frontera señalaron el camino de la paz en la gran chichimeca.

El Virrey Villamarique disminuyo la presencia e importancia de los soldados y los presidios en tierra chichimeca, y le concedió mayor autoridad a Caldera para resolver y asegurar la paz. Nombrándolo Alcalde mayor de la región Tlaltenango-Jerez. A la llegada de don Luís de Velasco, el nuevo virrey, confirmo el nombramiento de Caldera y le llamó el hombre más necesario en todo el reino para lograr la paz Chichimeca. Elogio que el mismo rey ratifico en carta personal para el a través de Don Luís de Velasco.

La nueva política implementada por la corona, garantizaba a los chichimecos una amnistía, alimentos, ropas, buenas tierras para establecerse, instrucción para cultivarlas, aperos de labranza, instrucción religiosa, y plena protección de sus personas y derechos. A cambio debían de renuncia a la guerra, aceptar la doctrina cristiana y afirmar su lealtad a la corona. En realidad esto era un sustituto de la victoria militar en toda forma, que no se había obtenido, ni podía preverse en el futuro con la política de “sangre y fuego”.

Los mismos capitanes que habían dirigido la guerra serian ahora los protectores, defensores, y abastecedores oficiales de los chichimecas que aceptaran la paz. Rápidamente, por toda la gran chichimeca, la resistencia comenzó a desmoronarse, ante la lluvia de halagos y regalos que recibían los chichimecas, y cuyos jefes ahora viajaban a la ciudad de México a entrevistarse con el gran jefe blanco, escoltados por Caldera, quien los traía de regreso cargados de obsequios. Todo ello a expensas del tesoro real, que con todo desembolsaba menos que durante la guerra. La importancia de Caldera comenzó a crecer y con el un séquito de amigos, aliados indios, parientes, que comenzaron a formar parte de su comitiva interesada en la guerra, pero también atentos al servicio al rey, la minería, la ganadería y el comercio.

Miguel Caldera fue quien sugirió el proyecto de llevar tlaxcaltecas a la región chichimeca para garantizar la paz, y el virrey Velasco aprobó categóricamente la idea, y pronto entro en negociaciones con los tlaxcaltecas. Don Luis de Velasco decidió enviar más padres franciscanos, para convertir rápidamente a los infieles y garantizar la paz. Para el desarrollo de este proyecto Miguel fue nombrado por el virrey, como “Justicia mayor de todas las nuevas poblaciones”, de lo chichimecos pacificados, encargado de garantizar la seguridad de todos aquellos indios que abrazaran la paz. Le fueron encomendadas también las tareas de construir y mantener las misiones franciscanas, así como auxiliar a los Desnudos en la construcción de sus viviendas; enseñarlos a cultivar y proveerlos de lo necesario mientras se hacían autosuficientes; protegerlos y apoyar a los sacerdotes para que se ganaran la confianza de los indios. El año de 1590 fue un año de mucha actividad para Caldera quien recorrió todo el territorio chichimeca incontables veces, y finalmente el 14 de marzo de 1591, el virrey Velasco firmó las capitulaciones con la nación Tlaxcalteca, y un gran contingente de familias tlaxcaltecas iniciaron el éxodo para asentarse entre los Desnudos.

Miguel Caldera fue quien dirigió la marcha, partiendo de la ciudad de Tlaxcala en los primeros días de junio de 1591, y asentándolos en Tequisquiapan (San Luis), Mexquitic, Charcas, Saltillo, Chalchihuites y en Colotlán. Este asentamiento de tlaxcaltecas en la gran chichimeca fue factor básico en la consolidación de la paz en la frontera. La presencia de los tlaxcaltecos fomento entre los chichimecos la imitación de estilos de vida, más pacíficos y civilizados.

En marzo de 1592, Miguel Caldera quien hasta entonces había vivido modestamente con su sueldo de soldado, denunció la existencia de oro en las colinas de Tangamanga, san Luís Potosí. Junto con su sequito de amigos se enriqueció de la extracción de mineral del lugar, convirtiéndose en uno de los hombres más ricos y poderosos de la región. Sus crecidos ingresos le permitieron asegurar con mayor firmeza la paz en la frontera, al comprar o regalar de sus bienes, los víveres, aperos y ropa necesarios para satisfacer las necesidades de los recién pacificados chichimecas. A su muerte, después de pagar sus deudas y compromisos, su fortuna y cuantiosos bienes resultaron insuficiente para pagar los cobros que la corona exigía de los gastos de guerra no comprobados por Caldera.

En el pueblo de San Luís, Minas del Potosí, de la Nueva España, a diez y ocho días del mes de octubre de 1597 murió Miguel Caldera, en el pueblo de San Juan, tal y como así lo dijo su fiel compañero Pedro Benito.

Fuente: Capitán Mestizo: Miguel Caldera. Philip Wayne Powell. FCE. 1977.

Thursday, February 12, 2009

Piteado


Barroco y Complejidad Cultural
Piteado colotlense

“En la naturaleza mestiza de sus formas el piteado fusiona y perpetua el arte Barroco con la tradición arquitectónico y ornamental del mundo precolombino.”

La técnica de la producción de artículos piteados (bordado en piel con hilo de pita) en Colotlán, Jalisco es; dadas las características y las diferentes variantes artesanales y artísticas utilizadas en su elaboración, la más rica en el mundo.

El modelado, el diseño, el dibujo, la esgrafía, el bordado, y la implementación del alto relieve con características escultóricas, forman parte de las diferentes técnicas involucradas en la confección de artículos piteados..

La composición del piteado integra elementos de la arquitectura colonial y descansa, al igual que ésta, sobre estructuras geométricas para cuya elaboración se utilizan herramientas de precisión como la regla, el compás, y el cincel entre otras.

El piteado pertenece al estilo barroco y al igual que éste tiene como objetivo el ornato más que el aspecto utilitario. La referencia más antigua del piteado aplicado a la talabartería se encuentra en las sagradas escrituras:

1er. Libro de Samuel. 18:4, 2° Libro de Samuel 18:11, 1er, Libro de los Reyes 2:5, Isaías 22:21, Ezequiel 22:15. Un talabarte era un cinto ricamente labrado que entre los hebreos antiguos era una señal de honor y a veces era entregado como recompensa militar; ( El talabarte era el cinturón del cual pendía la funda de la espada y en ocasiones era adornado con oro y piedras preciosas) según el comentario exegético del Antiguo Testamento Jamieson, Fausset, Brawn.

Esto coincide con la definición que da el diccionario de la lengua española de M. Rodríguez Navas, editado en Madrid en 1910 que además agrega la palabra talabarte que proviene del latín talea, plancha o madera, contra la cual se fija alguna parte del cuerpo según Plinio y balteus que es una palabra celtoetrusca que significa cinturón. Según Virgilio Varro Atacino y Vitruvio, también pudo haberse formado de ár tahalí y de la citada voz latinizada baeltus. Este mismo autor aclara que talabartería es sinónimo de guarnicionero el cual se define como el que hace guarniciones para mulas y caballos y la define como guarnicionería; es decir: tienda en que se hacen y se venden guarniciones para caballería. A su vez define guarniciones como adorno que se pone en vestidos y ropas. Plinio la define como arreos de mulas y caballos para tirar de un coche; Guarnimiento: adorno, aderezo, vestidura. Guarniel: ( como bolsa de cuero que llevan los arrieros sujeta al cinto) todo esto viene de la voz ibero céltica Warnen, que significa advertir, tomar precauciones o prevenirse, es decir que la talabartería o guarnicionería era precisamente el oficio de fabricar piezas que ayudaban al manejo de caballos y mulas y a la hechura de bolsas, cintos y fundas de espadas, ya que todos eran elementos preventivos de trabajo y de batalla, es decir que las personas que usaban los artículos talabarteados eran hombres prevenidos o avisados. El diccionario enciclopédico hispano mexicano, define talabartero como guarnicionero que hace talabartes y otros correajes de correa, piel de venado, cabra, vaca etc. Curtida y de color encendido.

El Piteado constituye la invención perfecta para continuar la belleza de las catedrales fuentes y kioscos, retablos tallados y forrados con hojas de oro, de las finas formas del ebanista en la mueblería, de la joyería de la nobleza, de los deshilados europeos, de los altos cuellos y decorados olanes, puños, velos etc... que resaltaban el ropaje de las clases altas en contraste con la ropa de la peonada que era lisa. La alta decoración en los metales, los platos, los cubiertos de plata, los ostentosos candelabros, las cachas de las armas de fuego, las empuñaduras de los espadines, espadas y dagas, en contraste con el liso machete del peón. De toda esta familia de formas, el piteado materializó al ideal de adornarlo todo hasta el exceso, como llegó a marcarse en el estilo churrigueresco.

Todas las disciplinas mencionadas transmutaron el arte de la belleza visual a la belleza tangible, creando figuraciones en tercera dimensión para disfrute del tacto.

La rica tradición de la cultura ornamental prehispánica plasmadas en escultura, orfebrería, cerámica, y pintura mural, mantiene semejanza en su estructura geométrica y en los relieves de uso ornamental con lo que en la actualidad se denominan grecas. El talabartero las transportó de los muros a la piel; de ésta manera podríamos eventualmente hablar de un barroco prehispánico.

En el mestizaje de las formas, el piteado amalgama y perpetua el arte barroco con la arquitectura y ornamento prehispánico. De todo esto se atavió el hombre, la mujer y el caballo; sin duda hijo mestizo del arte prehispánico y el arte barroco en el piteado.
El barroco se caracteriza por la continua alternancia de entrantes y salientes, de líneas cóncavas y convexas, de planos quebrados y abundantes, todo lo cual produce una sensación de extraordinario movimiento. ¿ No son acaso las características de los artículos piteados en su composición dibujística? Este movimiento aunque surge en Italia por el año de 1600, toma auge en España y es traído a América tomando lugar en las ciudades hispanoamericanas entre 1750 y 1800.

Es difícil rescatar mucha de la información sobre el piteado y hacer la conexión por casi un siglo: de 1800 a 1900, dado los movimientos armados en el país y la región, los cuales incluyen quema de archivos, emigración y muerte de personas; las cuales serian abundantes fuentes de información. Por ejemplo en 1810 la independencia de Mexico en la cual un gran grupo de colotlenses entre ellos los fieros indios flecheros al mando de Don Marcos Escobedo abandonan Colotlán para ir a la lucha; posterior a esto la revolución y luego las luchas cristeras a las cuales el piteado es paralelo y con temporáneo.

Creemos que el origen del piteado es paralelo al surgimiento y establecimiento del Mexico mestizo, y que su antecedente es el bordado con algodón en lugar de pita; de ello se desprende su sello de artículo tradicional y ligado fuertemente al incipiente nacionalismo.

El piteado se asocia con valores de la época como la bravura, la hombría, lo indómito, la amistad, la honestidad, con hombres cabales de una palabra, valores propios y necesarios de la época en que surgió: época de luchas armadas, de la estructura familiar en que el hombre es líder y autoridad en su hogar, el protector de la familia, el defensor social además de sobresalientes actividades campiranas y hacendarias de la época. Es por ello que el piteado le ha dado la vuelta al mundo haciendo presencia en los filmes del cine mexicano enriqueciendo la imagen visual y marcando la identidad del mexicano. Vemos así que personalidades como Jorge Negrete, Pedro Infante, El Indio Fernández y muchos más, hacen gala de artículos piteados. Por otra parte comparando la descripción gráfica, la continuidad y la frecuencia del piteado original barroco con la música de la misma clasificación, encontramos que su estructura es semejante a la composición de una sinfonía armónica.

Un renglón que resalta es el gusto por el piteado por parte de artistas de renombre que personalmente acuden a este pueblo y tienen amistad con los talabarteros, quienes les producen piezas de gran valía. Por otro lado políticos de nuestro país entre ellos presidentes de la república y gobernadores que consideran honroso portar o poseer una pieza piteada, se toman el tiempo para visitar Colotlán con estos fines.
En Colotlán la historia se escribe con pita y en cuero macizo; y cuando el mundo quiere un trozo del pasado, viene a Colotlán a llevarlo. La cara de México color de bronce como el cuero natural, se borda en Colotlán. El piteado esta ligado al heroísmo nacional y al ideal del mexicano.
( “En Colotlán la historia se escribe con pita”)


Ricardo Urista Alvarado.