Saturday, February 21, 2009

Capitan Mestizo Miguel Caldera











El Capitán Miguel Caldera es una de las figuras más importantes de la historia de nuestra región, lo que fue en tiempos antiguos “La Gran Chichimeca”. Especialmente para Colotlán, pues es gracias a sus importantes gestiones por asegurar la paz, que se formó nuestra ciudad hacia el año de 1591. No obstante, no existe un reconocimiento explícito para este gran hombre nacido en Zacatecas, durante los primeros años de los descubrimientos mineros, y que tan entrañable relación tuviera con nuestro poblado. Sin lugar a dudas, Colotlán fue uno de los pueblos favoritos del capitán mestizo Miguel Caldera, no solo porque aquí residían algunos de sus familiares, sino también porque en este lugar, presumimos encontró los cálidos besos y abrazos de una mujer que conquisto su corazón. Miguel Caldera jamás contrajo nupcias: cuando joven por ser hijo ilegitimo y no contar con la fortuna suficiente para ganar los favores de una mujer de posición; cuando principal y rico, quizás por no ser trascendente. Su afecto lo tenía ganado otra mujer, de origen humilde y costumbres sencillas. Una sola hija dejo tras de si, tan ilegitima como el mismo.

Miguel Caldera fue el primero de los mestizos notables del norte del continente. Desempeño el papel principal al llevar la paz a una tierra de guerra, de torturas, de arranque de cueros cabelludos, de asesinatos, de incendios y esclavitud, donde se decía que las pérdidas de vidas y de propiedades fueron mucho mayores que durante la conquista de Cortez. Descubrió uno de los más grandes filones d e plata y fundo una de las ciudades más importantes de México. Pese a su humilde origen mestizo, se elevó casi al nivel de magnate en su tierra natal. Pero su nombre ha sido olvidado en México y en su tierra. Nadie le rinde homenaje al hombre que hizo posible la paz chichimeca, el nacimiento de nuestros pueblos, y la explotación minera que enriqueció a los europeos.

Su padre fue uno de los exploradores españoles que descubrieron plata en el norte; su madre fue una de las primitivas chichimecas. Miguel surgió a la fama como soldado en la guerra contra el pueblo de su madre. Luego, como capitán y juez de la frontera, logró una paz humana e inteligente, que unió a los chichimecos con los españoles, negros y mestizos más civilizados que asentaron sus hogares en estos confines.

Los padres de Miguel vivieron juntos, pero no bajo el matrimonio cristiano, su madre había sido bautizada y ambos eran fieles devotos, dados a orar y entre los primeros religiosos que llegaron a Nuestra Señora de Zacatecas, como se nombró originalmente a la ciudad. Miguel nació hacia el año de 1548, y es muy probable que su madre muriera siendo Miguel aún muy pequeño y por ello su niñez transcurrió bajo los cuidados de los franciscanos. El pequeño niño vivió en su más tierna infancia las emociones de los descubrimientos de las minas de plata y la amenaza de los ataques chichimecas. El deslumbrante brillo de las espadas, lanzas, ballestas así como los arcabuces, las cotas de malla y las armaduras, captaron su atención, y despertaron su deseo por convertirse el mismo en uno de esos temibles jinetes que valerosos arriesgaban su vida en la frontera salvaje.

En su juventud escogió la carrera de soldado, y hasta su muerte estuvo armado y en la silla, midiendo su vida por los pasos de su caballo, pues su tierra natal siempre estuvo ensangrentada por las flechas y los cueros cabelludos que arrancaban los bravos guerreros desnudos. Miguel Caldera “alto de cuerpo y bien dispuesto” entro en la guerra Chichimeca como soldado raso hacia el año de 1571 o 1572. Su primer servicio militar fue, inevitablemente, a su propia costa, con alguna ayuda de su hermana y su cuñado. Se le considero un soldado valeroso, y fue herido varias veces. En sus primeros años de soldado compartió la idea predominante de la época, de que la única forma de doblegar a los fieros chichimecos era “La Guerra a Sangre y Fuego”, que tornó la región chichimeca en un sitio de incertidumbre, desolación y muerte. Sin embargo las décadas de lucha sin cuartel, en las que participo valientemente sin conseguir avanzar un milímetro en la conquista de la paz, le desanimo y le hizo pensar en otras maneras de terminar con el conflicto, en el que se veían inmersos sus hermanos. Por su sangre mestiza: india y española, su lealtad de dividía entre los dos pueblos.

Así como es seguro que Caldera participó en la captura, y esclavización de salvajes, también es seguro que habría escoltado niños y mujeres chichimecas, que recibirían un trato benigno en los días del Virrey don Martín Enríquez de Almanza,; en ocasiones escoltó a los emisarios chichimecas que iban en son de paz. Durante el gobierno de este virrey y hacia el año de 1570 se desato la polémica sobre lo justo de la guerra contra los infieles chichimecas, dividiendo a los grandes pensadores de la época. No puede saberse hasta que punto estos debates influyeron en el animo del joven Caldera. Pero es a partir de los últimos años del virreinato de Enríquez en que la intensificación de la guerra y la propia habilidad de Caldera, le proyectaron a una capitanía; en su papel de capitán pudo empezar a ejercer cierta independencia de juicio y discriminación entre lo justo y lo injusto al tratar al enemigo indio.

A finales de la década de 1570, los ataques chichimecas alcanzaron su máxima intensidad, situación agravada por una epidemia entre 1576 y 1578 que diezmo a los indígenas sedentarios, matando dos millones de ellos, situación que alentó las arremetidas de los bárbaros más allá de sus líneas. No cabe duda que las victorias de los tribeños iban en aumento por su número y audacia, rebasando el arco chichimeca y despertando la general preocupación de que la Nueva España quedara en peligro. Esta situación obligo al Virrey Enríquez a tomar medidas desesperadas; incremento el número de soldados armados en la frontera, inició la construcción de presidios y solicitó el apoyo con recursos del rey para poder contener el creciente movimiento chichimeca. El malestar de la población se hizo sentir ejerciendo presión sobre el virrey que se determino a fortalecer el ejército, convirtiendo en una verdadera milicia de la frontera compuesta de soldados veteranos, residentes fronterizos y ciudadanos contratados por breves tiempos para enfrentar el peligro.

En la ciudad de México, el 14 de marzo de 1582, el capitán Miguel caldera y los veinte soldados de su compañía aparecieron ante el principal escribano de su Majestad para las minas, y se alistaron para prestar servicio pagado en la guerra chichimeca. Eran veteranos señalados por la lucha: el escribano registro quince cicatrices visibles en rostros y manos. Para esta época Miguel Caldera ya es reconocido como capitán al servicio de su majestad en la frontera, y se le reconoce su valor, habilidad y lealtad para con la corona.

Dada su cuna, sus nexos familiares y su educación en la Nueva Galicia, el capitán Caldera estaba profundamente interesado en la defensa de los valles, los caminos y los poblados que se encontraban entre Guadalajara y Zacatecas. Y, por esta preocupación por su tierra natal, su estrategia contra los desnudos siguió de este a oeste, que pasaba a través del país caxcan, asediado por los guachichiles desde el este, por coras, tepeques, nayaritas y otros indios hostiles ocultos en las escarpadas sierras occidentales que dominaban los valles de Tlaltenango, Colotlán y Juchipila.

A partir de 1583, las hazañas de Miguel, basadas en el país caxcan hicieron de él un una leyenda entre los indios de las montañas occidentales, y allanaron el camino a la apertura y pacificación de la zona guachichil, que se hallaba en dirección opuesta. Caldera supo ganarse la lealtad y el apoyo de los indios tanto para la guerra como para la diplomacia, reclutando un ejercito de combatientes indios, armados de letales arcos y flechas. Su ejercito compuesto de blancos, mestizos y cazcanes le permitió defender con éxito los caminos y en el año de 1585, emprender una campaña militar en las sierras occidentales, que hizo resonar su nombre por todo el país nayarita. El sometimiento del pueblo guaynamota, que se había sublevado contra la corona, asesinando a dos sacerdotes fue posible gracia a la primer gran alianza que Caldera sostuvo con el principal caudillo cora, el jefe Nayarit.

En el año de 1587, Miguel Caldera escolto hasta la ciudad de México a ciertos “indios principales” desde Tepic hasta la ciudad de México, para formalizar la paz. Una vez asegurada esta dirigió sus esfuerzos a pacificar el oriente, sometiendo a los guachichiles. La experiencia militar, diplomática y su conocimiento de la lengua guachichil le facilitó ganar la paz con algunos jefes principales, a los cuales obsequio con ricos regalos y los convenció de firmar la paz con sus acérrimos enemigos los cazcanes. Los triunfos diplomáticos del Capitán Caldera inclinaron la balanza del virrey y la población hacia una política pacifista con los desnudos. Después de 40 años de lucha estéril, la energía e imaginación del mestizo de la frontera señalaron el camino de la paz en la gran chichimeca.
En el año de 1587, Miguel Caldera escolto hasta la ciudad de México a ciertos “indios principales” desde Tepic hasta la ciudad de México, para formalizar la paz. Una vez asegurada esta dirigió sus esfuerzos a pacificar el oriente, sometiendo a los guachichiles. La experiencia militar, diplomática y su conocimiento de la lengua guachichil le facilitó ganar la paz con algunos jefes principales, a los cuales obsequio con ricos regalos y los convenció de firmar la paz con sus acérrimos enemigos los cazcanes. Los triunfos diplomáticos del Capitán Caldera inclinaron la balanza del virrey y la población hacia una política pacifista con los desnudos. Después de 40 años de lucha estéril, la energía e imaginación del mestizo de la frontera señalaron el camino de la paz en la gran chichimeca.

El Virrey Villamarique disminuyo la presencia e importancia de los soldados y los presidios en tierra chichimeca, y le concedió mayor autoridad a Caldera para resolver y asegurar la paz. Nombrándolo Alcalde mayor de la región Tlaltenango-Jerez. A la llegada de don Luís de Velasco, el nuevo virrey, confirmo el nombramiento de Caldera y le llamó el hombre más necesario en todo el reino para lograr la paz Chichimeca. Elogio que el mismo rey ratifico en carta personal para el a través de Don Luís de Velasco.

La nueva política implementada por la corona, garantizaba a los chichimecos una amnistía, alimentos, ropas, buenas tierras para establecerse, instrucción para cultivarlas, aperos de labranza, instrucción religiosa, y plena protección de sus personas y derechos. A cambio debían de renuncia a la guerra, aceptar la doctrina cristiana y afirmar su lealtad a la corona. En realidad esto era un sustituto de la victoria militar en toda forma, que no se había obtenido, ni podía preverse en el futuro con la política de “sangre y fuego”.

Los mismos capitanes que habían dirigido la guerra serian ahora los protectores, defensores, y abastecedores oficiales de los chichimecas que aceptaran la paz. Rápidamente, por toda la gran chichimeca, la resistencia comenzó a desmoronarse, ante la lluvia de halagos y regalos que recibían los chichimecas, y cuyos jefes ahora viajaban a la ciudad de México a entrevistarse con el gran jefe blanco, escoltados por Caldera, quien los traía de regreso cargados de obsequios. Todo ello a expensas del tesoro real, que con todo desembolsaba menos que durante la guerra. La importancia de Caldera comenzó a crecer y con el un séquito de amigos, aliados indios, parientes, que comenzaron a formar parte de su comitiva interesada en la guerra, pero también atentos al servicio al rey, la minería, la ganadería y el comercio.

Miguel Caldera fue quien sugirió el proyecto de llevar tlaxcaltecas a la región chichimeca para garantizar la paz, y el virrey Velasco aprobó categóricamente la idea, y pronto entro en negociaciones con los tlaxcaltecas. Don Luis de Velasco decidió enviar más padres franciscanos, para convertir rápidamente a los infieles y garantizar la paz. Para el desarrollo de este proyecto Miguel fue nombrado por el virrey, como “Justicia mayor de todas las nuevas poblaciones”, de lo chichimecos pacificados, encargado de garantizar la seguridad de todos aquellos indios que abrazaran la paz. Le fueron encomendadas también las tareas de construir y mantener las misiones franciscanas, así como auxiliar a los Desnudos en la construcción de sus viviendas; enseñarlos a cultivar y proveerlos de lo necesario mientras se hacían autosuficientes; protegerlos y apoyar a los sacerdotes para que se ganaran la confianza de los indios. El año de 1590 fue un año de mucha actividad para Caldera quien recorrió todo el territorio chichimeca incontables veces, y finalmente el 14 de marzo de 1591, el virrey Velasco firmó las capitulaciones con la nación Tlaxcalteca, y un gran contingente de familias tlaxcaltecas iniciaron el éxodo para asentarse entre los Desnudos.

Miguel Caldera fue quien dirigió la marcha, partiendo de la ciudad de Tlaxcala en los primeros días de junio de 1591, y asentándolos en Tequisquiapan (San Luis), Mexquitic, Charcas, Saltillo, Chalchihuites y en Colotlán. Este asentamiento de tlaxcaltecas en la gran chichimeca fue factor básico en la consolidación de la paz en la frontera. La presencia de los tlaxcaltecos fomento entre los chichimecos la imitación de estilos de vida, más pacíficos y civilizados.

En marzo de 1592, Miguel Caldera quien hasta entonces había vivido modestamente con su sueldo de soldado, denunció la existencia de oro en las colinas de Tangamanga, san Luís Potosí. Junto con su sequito de amigos se enriqueció de la extracción de mineral del lugar, convirtiéndose en uno de los hombres más ricos y poderosos de la región. Sus crecidos ingresos le permitieron asegurar con mayor firmeza la paz en la frontera, al comprar o regalar de sus bienes, los víveres, aperos y ropa necesarios para satisfacer las necesidades de los recién pacificados chichimecas. A su muerte, después de pagar sus deudas y compromisos, su fortuna y cuantiosos bienes resultaron insuficiente para pagar los cobros que la corona exigía de los gastos de guerra no comprobados por Caldera.

En el pueblo de San Luís, Minas del Potosí, de la Nueva España, a diez y ocho días del mes de octubre de 1597 murió Miguel Caldera, en el pueblo de San Juan, tal y como así lo dijo su fiel compañero Pedro Benito.

Fuente: Capitán Mestizo: Miguel Caldera. Philip Wayne Powell. FCE. 1977.

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